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David Sánchez Carpio
Diagonal/Rebelión
23/01/10

Los últimos estudios de universidades francesas demuestran los efectos nocivos para la salud del maíz importado, cultivado y consumido en el Estado español.

Desde el inicio de la liberación de los cultivos transgénicos, ya se anticipaba que estos nuevos alimentos podrían generar problemas para la salud. Pero desde hace un tiempo tenemos ya pruebas, evidencias científicas, que demuestran que la manipulación genética de cultivos alimentarios tiene implicaciones peligrosas para la salud humana. Hace sólo unas semanas se hacía público un estudio desarrollado por científicos franceses de las Universidades de Caen y Rouen, que analiza los riesgos para la salud asociados a tres variedades distintas de maíz modificado genéticamente: MON810, MON863 y NK603.

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El MON810 es el único autorizado para su cultivo en la UE, y España es prácticamente el único país europeo que lo cultiva a gran escala. Los otros dos están autorizados para su importación y para consumo humano. Los científicos utilizaron los datos en bruto que la propia multinacional Monsanto usó para conseguir la aprobación de sus maíces. Obtenidos por vía judicial, es la primera vez que estos datos son analizados por investigadores independientes. Los autores encontraron evidencias de daños en hígado o riñones, y muestras de problemas en el sistema metabólico en mamíferos. También critican la forma en la que Monsanto había analizado los datos, sin seguir los estándares científicos internacionales.

Pero hay más casos de estudios que revelan riesgos para la salud de maíces transgénicos aprobados para consumo humano. En noviembre de 2008, un estudio de la Universidad de Viena, patrocinado por el Gobierno de Austria, encontró que los ratones alimentados con un maíz transgénico, conocido como NK603xMON810 tenían menos descendencia, a consecuencia directa del consumo de este maíz. Este estudio demostró que es imposible predecir los efectos de la modificación genética en la salud. ¿La ley ampara nuestro derecho a elegir? La legislación no defiende el derecho del consumidor a elegir una alimentación libre de transgénicos. Aunque existe la obligación de etiquetar los ingredientes modificados genéticamente en los alimentos, la ley no exige, por ejemplo, que los productos provenientes de animales alimentados con transgénicos estén etiquetados. Y es precisamente la alimentación del ganado el principal destino de estas cosechas. Por lo tanto, de forma indirecta, podemos estar consumiendo transgénicos por medio de productos como carne, leche o huevos. Pero hay otro agujero más en la legislación. Si un ingrediente tiene menos de un 0,9% de componente transgénico, esta información no tiene por qué figurar en la etiqueta. Por lo tanto, hay pequeñas dosis que entran en nuestra alimentación sin que tengamos ninguna posibilidad de saberlo.

Según datos de la Agencia Española de Seguridad Alimentaria, entre un 15% y un 20% de los productos en el mercado que contienen maíz o soja están contaminados por transgénicos, en su gran mayoría por debajo del umbral que obliga a su etiquetado. Hay otros que directamente incumplen la ley: productos como galletas, yogures, palomitas de maíz, colorante para paellas e, incluso, alimentos tan sensibles como potitos o leche infantil. La posibilidad de contaminación se agrava al considerar que nuestro país es el mayor campo de experimentación con transgénicos al aire libre de Europa, y que la seguridad de estos ensayos no está ni tan siquiera evaluada por las multinacionales, como demuestra la experiencia de contaminación masiva del arroz de Bayer en EE UU. ¿Podemos evitar comer transgénicos? Hay varias acciones que podemos tomar para evitar los transgénicos en nuestra dieta.

* En primer lugar, no comprar productos que contengan la expresión soja o maíz “modificado genéticamente” en la etiqueta. Hay muy pocos, pero los hay: lecitinas de soja, margarinas, mayonesas...

* Evitar en lo posible los productos precocinados, ya que suelen contener harinas, almidón o aceite de maíz o soja, con alta probabilidad de estar contaminados por transgénicos sin que figure en la etiqueta.

* Consumir productos locales, de temporada y ecológicos. En caso de consumir productos animales, optar por los procedentes de ganadería extensiva o ecológica.
David Sánchez Carpio, de Amigos de la Tierra

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