Miguel Jara
15/04/10
Termino ya con esta serie de tres post que he dedicado a resumir las informaciones que he publicado en la revista Discovery DSalud de este mes sobre el WiFi en las escuelas. En una resolución de 2 de abril del 2009 el Parlamento Europeo pidió a los estados miembros
“que sigan el ejemplo de Suecia y reconozcan como una discapacidad la hipersensibilidad eléctrica a fin de garantizar una protección adecuada e igualdad de oportunidades a las personas que la sufren”.
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¿Y qué es la electrosensibilidad? Pues una hipersensibilidad a los campos electromagnéticos que lleva a la persona a enfermar. Y si bien hay países como Suecia donde ya está reconocida como enfermedad en España no es así; aquí las personas que la sufren suelen ser derivadas ¡al psiquiatra! Cuando son cada vez más las personas que padecen el problema. Y eso incluye a quienes trabajan en las escuelas, tanto al personal escolar como a los niños. Es el caso de Miquel Roselló que trabajaba como profesor en un instituto de Tarragona hasta hace poco y ahora está de baja laboral diagnosticado de electrosensibilidad.
Simplemente se había trasladado de un colegio que no tenía WiFi a otro que sí lo tenía y al año y medio comenzó a notar buena parte de los síntomas propios de las personas con hipersensibilidad a los campos electromagnéticos:
“Sufría nerviosismo, agitación, arritmias, insomnio, embotamiento, malestar, irritabilidad, cefaleas, cansancio… Todo ello al mismo tiempo y sin motivo aparente. En clase notaba el aire cargado, como denso. En los periodos de vacaciones, cuando ya no estaba en el aula, me recuperaba. Al comienzo del curso 2009/2010, unos días antes de que empezaran las clases, me encontraba en el aula preparando la inauguración del ciclo y comencé de nuevo a encontrarme mal, con los mismos síntomas. Cuando yo soy una persona sana, vivo a las afueras en un pueblo en pleno campo en el que no hay radiaciones, cuido mi salud física y mental, me encanta mi trabajo en el colegio y me llevaba bien con mis compañeros. Y todo eso lo he tenido que dejar por la electrosensibilidad que muestro ante las ondas; ante las WiFi en particular pero también ante todos los campos electromagnéticos de cierta intensidad en general”.
La mujer de Roselló, que también cuida su salud de la misma manera e igualmente es profesora –en este caso de Inglés en una escuela oficial de idiomas- tenía los mismos síntomas pero en cuanto en su centro optaron por instalar cable -gracias a su recomendación- dejó de sufrirlos. Suele notarlos, eso sí, cuando se traslada a la casa de algún amigo o familiar que tiene conexión WiFi.
“Tenemos la suerte –me diría Roselló- de disponer de un médico de cabecera, Miguel Solans Ezquerra, muy sensible a estos temas –al punto de que hoy tiene sus propios aparatos de medición- al que al principio le costaba un poco entender mi problema pero hoy lo tiene muy claro y lo reconoce abiertamente”.
Hablamos de un maestro que hoy tiene varios informes médicos que reconocen su padecer siendo quizás el más significativo el firmado por la doctora María Pérez:
“Se ha detectado en el señor Miquel Roselló –a través de pruebas de biorresonancia-moraterapia- la presencia en muy alta intensidad de campos geopáticos de origen fundamentalmente de altas frecuencias (3.000-5.000 GHz) y radiofonía móvil, y otros aparatos con dicho mecanismo (como ordenadores en red tipo WiFi) así como cargas electrostáticas ambientales, etc, sometiendo al organismo, sobre todo a nivel del sistema nervioso, a un estrés importante”, manifiesta la doctora en el informe.
Un diagnóstico que continúa con la mención de los síntomas del paciente relacionados con la electrosensibilidad y donde se le recomienda evitar el contacto con las radiaciones electromagnéticas. Pude hablar con la doctora Pérez y le pregunté a qué se debe que en España tan pocos médicos diagnostiquen los problemas de electrosensibilidad:
“Hace al menos doce años que yo vengo advirtiendo de los peligros en la salud de los campos electromagnéticos, diagnóstico que establezco a través de la terapia de biorresonancia ‘Mora’. Evidentemente es una forma de diagnóstico que por desgracia está aún fuera de los circuitos de la medicina convencional y ello dificulta su expansión; sin embargo hablamos de un problema que no es posible valorar con una analítica clásica o una radiografía porque su impacto es a nivel ‘cuántico’, a nivel molecular, y eso no hay máquina de las que se utilizan convencionalmente que pueda detectarlo”, me contestaría.
La doctora Pérez añadiría que hoy la mayoría de las personas a las que valora su estado con el Mora presentan bloqueos por campos electromagnéticos -de diferente origen- que repercuten en diversas zonas del organismo. Depende de cada persona pues su sensibilidad varía mucho de una otra.
“Lo interesante en cualquier caso -añadiría- es poder hacer el diagnóstico mientras el organismo aún cuenta con fuerza para recuperarse pues eso permite prevenir patologías degenerativas que es lo más importante”.
Pero si bien el profesor Roselló ha decidido hablar y contar su experiencia existen otros muchos colegas en situaciones similares que tienen “miedo” a explicar lo que les pasa porque temen una posible “reacción adversa” del establishment educativo. Es el caso de otra maestra en circunstancias parecidas, A., profesora de 2º de Primaria –da clases a niños de siete años de edad- en un colegio de un pueblo de Guipúzcoa que prefiere que silenciemos su nombre y apellido:
“Suelo tener –me diría- dolor de cabeza, picor, escozor intenso en la coronilla, picores por el cuerpo -sobre todo en los ojos-, cansancio constante y, a veces, hasta sensación de no poder tenerme en pie además de peso en la cabeza. El médico se limitó a recomendarme que tomara una aspirina. No estoy pues de baja y procuro aguantar. Afortunadamente hoy tengo dos dispositivos que neutralizan un poco los efectos del WiFi”.
Le pregunté si cree que puede estar afectando a los niños a los que da clases el WiFi instalado en las aulas respondería:
“Sí. Veo a los críos en clase más inquietos, más nerviosos, más impacientes y con dificultades para concentrarse y poner atención”.
En Sevilla tres profesores que me pidieron igualmente permanecer en el anonimato intentan en la actualidad que en sus colegios no se instale WiFi sino cable porque todos ellos sufren electrosensibilidad en grados diferentes, en un caso ya oficialmente diagnosticado. Uno de ellos nos contaría que es diabético y que las ondas electromagnéticas le “disparan” el índice glucémico. Una posibilidad que atestigua por cierto el trabajo La electricidad “sucia” sube los niveles de glucosa en diabéticos electrosensibles y podría explicar la diabetes voluble que se publicó en Electromagnetic Biology and Medicine en 2008 (se llama “diabetes voluble” a la de tipo I que se descontrola sin que oficialmente se sepa por qué).
Se trata de un maestro que durante diez años vivió cerca de una antena de telefonía móvil y al que se le detectan niveles de 20 microwatios en el cuerpo. Licenciado en Química Industrial hoy da clases en un colegio donde también hubo WiFi pero consiguió que lo quitasen… no sin un duro y desagradable enfrentamiento.
L. vivió durante ocho años con su familia en una zona alta de Sevilla en la que por sus características geográficas se congregan una gran cantidad de antenas de telefonía, radio o televisión. Farmacéutico de profesión y profesor en un colegio sevillano, además de insomnio, stress, alergias, dolores de cabeza en él y en toda su familia, y otros males que luego comprobó que afectan a buena parte del vecindario, sufre una altísima tensión ocular que sólo le desaparece cuando se aleja de focos de contaminación electromagnética, algo que ha certificado su oculista que puede estar relacionado con estos campos contaminantes. Se trasladó de barrio pero en el instituto donde da clases el WiFi lleva instalado dos años.
Obviamente la aparición de casos de profesores de instituto con síntomas de hipersensibilidad a las radiaciones electromagnéticas va cada día a más y los que lo reconocen son sólo la punta de un iceberg que sin duda se dará a conocer en su verdadera dimensión en los próximos años. Solo que el problema principal lo constituyen los niños porque, ¿cuántos de ellos han sido y están siendo afectados por las radiaciones electromagnéticas sin que sus padres, profesores y médicos perciban que la causa de sus problemas mentales, emocionales y físicos se deben a ellos?
Más info: El libro La salud que viene. Nuevas enfermedades y el marketing del miedo (Península, 2009) contiene un capítulo titulado El mayor experimento de la historia humana sobre la hipersensibilidad a los campos electromagnéticos que cada vez más personas padecen. El libro Conspiraciones tóxicas. Cómo atentan contra nuestra salud y el medioambiente los grupos empresariales (Mr, 2007) ofrece su primer capítulo dedicado a cómo actúa el lobby de la contaminación electromagnética.
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