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Dsalud
24/07/09

A mediados de enero todos los medios de comunicación dieron la noticia de que el salmón de piscifactoría está contaminado y que ingerirlo más de dos veces por semana es peligroso. La verdad, sin embargo, es que lo del salmón no es más que la punta del iceberg: la Mount Sinai School of Medicine analizó hace algo más de 2 años a 9 personas voluntarias que no pertenecían a grupos de especial riesgo y encontró en ellas hasta 167 sustancias tóxicas de las que 76 son cancerígenas, 94 dañinas para el sistema nervioso y el cerebro y 79 pueden provocan defectos de nacimiento o un desarrollo deficiente, entre otras cosas. Pero todo esto se oculta.

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La reciente publicación en la prestigiosa revista Science de un estudio sobre contaminantes químicos en el salmón de piscifactoría del que se han hecho eco numerosos medios de comunicación nacionales ha causado tan honda preocupación entre los españoles que su venta ha descendido alarmantemente a pesar de las palabras tranquilizadoras de la ministra de Sanidad y Consumo, Ana Pastor, a quien los españoles, vista su reacción en el mercado, no han creído. Ni que decir tiene que una información así no sólo perjudica seriamente a productores, distribuidores y minoristas sino que produce un revuelo importante en todo el sector, incluidos los estamentos oficiales encargados de la seguridad alimentaria. Claro que esos mismos estamentos saben desde hace mucho tiempo -pero, por supuesto, no se publica- que lo que pasa con el pobre salmón de piscifactoría no es más que la punta del iceberg de un problema gigantesco.

El lector debe saber que hace ahora algo más de dos años se hizo público un trabajo dirigido por la Mount Sinai School of Medicine -sita en Nueva York- en colaboración con el Enviromental Working Group and Commonwealth que fue completamente ignorado por la mayor parte de los medios de comunicación y, sin embargo, pone de relieve de forma clara, rotunda y analítica lo que sucede actualmente con la contaminación química que afecta al medio ambiente y, por tanto, a plantas, animales y seres humanos.

¿Y qué informaciones contiene dicho estudio? Pues en él se explica cómo los investigadores que participaron en el mismo buscaron la posible presencia de 210 sustancias diferentes en la sangre y orina de 9 personas voluntarias que no pertenecían a grupos de especial riesgo encontrando en ellas una media de 91 compuestos industriales, contaminantes y otras sustancias químicas. ¡Y eso a pesar de que las personas sometidas a análisis no trabajaban con sustancias químicas en su labor diaria ni vivían en zonas industriales!

De hecho, los datos son tan aplastantes que la comisaria de Medio Ambiente de la Unión Europea, Margot Wallstrom, ante las criticas que recibió hace algunos meses por denunciar que en el mundo se emplean alrededor de 30.000 sustancias químicas insuficientemente evaluadas... demostró de qué hablaba sometiéndose a un análisis de su propia sangre.

Nada del otro mundo a pesar de su gravedad, sin embargo, si se compara con las 167 sustancias químicas diferentes que encontraron los norteamericanos del Mount Sinai School of Medicine en los 9 voluntarios analizados. Porque de esas 167 sustancias se sabe que 76 son cancerígenas, 94 tóxicas para el sistema nervioso y el cerebro, 79 provocan defectos de nacimiento o desarrollo deficiente, 86 interfieren con el sistema hormonal, 77 son tóxicas para el sistema reproductor y 77 lo son para el sistema inmune (algunas de las sustancias tienen varios efectos).

Esas 167 sustancias son básicamente compuestos químicos como los policlorobifenilos (PCBs) -se encontraron 48 tipos que permanecen en el medio ambiente durante décadas y que si bien se prohibieron en Estados Unidos en 1976 se usan aún en otros países como aislantes en equipos eléctricos, bombas de vacío, etc.-, dioxinas y furanos, pesticidas organofosforados y metabolitos, pesticidas organoclorados y metabolitos, ftalatos, otras sustancias químicas volátiles y semivolátiles (solventes industriales e ingredientes de la gasolina como el xileno y el etilbenzeno) utilizadas en una variedad amplia de productos como las pinturas y los pegamentos - y metales tóxicos como el plomo y el mercurio.

Sin olvidar que hay otro grupo de sustancias no analizadas esta vez que se sabe que contaminan ya a la mayor parte de los estadounidenses. Dos ejemplos los constituyen la familia de los químicos perfluorinados y un grupo de compuestos conocidos colectivamente como retardantes brominados del fuego.

En suma, la contaminación que hoy sufrimos los seres humanos por sustancias químicas industriales y pesticidas es gigantesca. Claro que en muchos países -incluido Estados Unidos- no se le exige a la industria que comunique cómo utilizan sus compuestos químicos y cómo afectan al medio ambiente. La Agencia de Protección Medioambiental norteamericana, al menos, no posee información fidedigna al respecto. Claro que las leyes norteamericanas tampoco exigen que se realicen pruebas básicas de cómo las sustancias químicas que se fabrican pueden afectar a la salud y la seguridad de las personas antes o después de su comercialización. De hecho, el 80% de las solicitudes para producir una nueva sustancia son aprobadas por esa agencia en tan sólo tres semanas sin tener fiables de su posible incidencia en la salud. Sólo las empresas que las fabrican saben realmente si son peligrosas y pueden contaminar al ser humano.

Polución y Salud

La situación, en definitiva, empieza a ser dantesca. Un simple ejemplo: si se sabe desde hace décadas que los pesticidas y sustancias organocloradas actúan como disruptores endocrinos y están íntimamente ligados a la aparición de los tipos de cáncer hormonodependientes (mama, próstata, ovarios, testículos, etc.) y hay cientos de trabajos científicos que demuestran la intensa presencia de estas sustancias en la grasa de personas afectadas, ¿por qué la prevención se sigue basando en la detección precoz y no en la determinación de esas sustancias en la sangre y los tejidos? Haciendo detección precoz no hacemos otra cosa que huir hacia delante. Además, a los profesionales de la salud -médicos, farmacéuticos, veterinarios, etc.- no se les prepara para relacionar problemas de salud con la exposición individual a estas sustancias tóxicas... cuando es evidente que están íntimamente relacionadas con el incremento de las enfermedades crónicas y degenerativas en nuestra sociedad.

Y ahí están las cifras. Por ejemplo:

-Cáncer. Entre 1992 y 1999 aumentó en Estados Unidos la incidencia de cánceres de mama, tiroides, riñón, hígado, piel, tejido conectivo de la cavidad abdominal y algunos tipos de leucemias. Y la incidencia de cáncer en niños aumentó un 26% entre 1975 y 1999.

El mayor incremento se observa, en todo caso, en los que afectan al sistema nervioso y al cerebro (50%) así como en las leucemias linfocíticas agudas (62%). El cáncer de testículo también aumentó entre 1975 y 1999. Hoy, la probabilidad de que un residente en Estados Unidos desarrolle cáncer en algún momento de su vida es de un 50% en el hombre y de un 33% en las mujeres. Y eso que sólo entre el 5 y el 10% de todos los tipos de neoplasias están relacionados con la genética individual y la herencia. El resto está en gran parte provocado por los problemas medioambientales y el estilo de vida. Recordemos que en el estudio del Mount Sinai se encontraron 76 tipos diferentes de carcinógenos y que, por término medio, cada participante tenía 56 carcinógenos químicos en su organismo.

-Trastornos del sistema nervioso. Estudios recientes demuestran que la incidencia del autismo está aumentando y actualmente es diez veces mayor que a mediados de los años 80. Y el número de niños diagnosticados con problemas de hiperactividad y trastornos de la atención ha aumentado dramáticamente en la última década. Las causas no se conocen pero los factores medioambientales y la exposición a agentes químicos se consideran potencialmente implicados.

Como recordatorio añadiremos en este punto que se detectaron 94 sustancias químicas tóxicas para el sistema nervioso en todos los participantes del estudio. Cada individuo tenía una media de 62 tóxicos diferentes de este tipo.

-Defectos del sistema reproductivo. Hay muchos estudios sobre el recuento de espermatozoides, pubertad adelantada, desarrollo precoz de mamas, hipospadia (defectos de nacimiento en el pene), criptorquidia (retenciones del testículo), etc., que demuestran claramente la influencia de estas sustancias en su desarrollo.

Quizás su explicación esté en los 77 productos químicos encontrados en los voluntarios y que se relacionan con afecciones del sistema reproductor. La media era de 55 sustancias diferentes de este tipo en el organismo de cada uno de los voluntarios.

Resumiendo, los 9 participantes del estudio tenían almacenados en su organismo:
-76 sustancias químicas productoras de cáncer (una media de 53 por persona).
-94 sustancias químicas tóxicas para el cerebro y el sistema nervioso (una media de 62 por persona).
-86 sustancias químicas que interfieren con el sistema hormonal (una media de 58 por persona).
-79 sustancias químicas asociadas a la producción de defectos de nacimiento y desarrollo anormal ( una media de 55 por persona).
-77 sustancias químicas tóxicas para el sistema reproductivo (una media de 55 por persona).
-77 sustancias químicas tóxicas para el sistema inmune (una media de 53 por persona).

Carga Tóxica

Tan alarmantes datos son sólo ejemplos de nuestra "carga tóxica real". Dicho lo cual, ¿qué representa en realidad la noticia de la contaminación de los salmones de piscifactoría en todo esto? Pues que ese pescado no es sino una víctima más. De hecho, resulta ridículo hablar hoy en España de los peligros del salmón cuando hay una alarmante contaminación por anisakis en buena parte de los pescados que se venden en nuestros mercados, problema ante el que el Gobierno y los medios de comunicación afines guardan un incómodo silencio.

¿Y dónde, cuándo y cómo entran tantas sustancias químicas en nuestro organismo convirtiéndose, en palabras de la doctora Sherry Rogers, gran especialista americana en Medicina Medioambiental, "nadamos en una sopa química de la que no somos conscientes"? Son muchas las hipótesis. Por ejemplo, recientes análisis llevados a cabo por Greenpeace sobre el polvo doméstico revelan que nuestro propio hogar es una fuente contaminante que pasa más desapercibida. Y el problema es que el organismo es incapaz de metabolizar, detoxificar y eliminar totalmente muchas de las sustancias que se van acumulando durante años. El peligro de exposición a estas sustancias de forma combinada nunca ha sido estudiada.

Pero no sólo eso porque ocurre que la combinación de diferentes compuestos puede ser perfectamente sinérgica. Si valoramos así el riesgo, uno más uno no tiene por qué ser dos sino que pueden ser diez. A ese respecto el libro de Fagin y Lavelle, "Desengaño tóxico. Cómo la industria química manipula la ciencia, se escamotea de las leyes y hace peligrar su salud" (en inglés, "Toxic deception. How the chemical industry manipulates science, bends the law and endangers your health". Centro para la Integridad pública. Birchane Press) resulta especialmente revelador. También es nuestro país la editorial Vida Sana publicó hace ya varios años el libro "Nuestro futuro robado" donde se dejaba claro que la contaminación es una de las causas fundamentales del incremento preocupante del cáncer y otras enfermedades degenerativas que nos afectan. Además, cualquier persona puede hacer una revisión bibliográfica en apenas unos minutos entrando en distintas bases de datos científicas a las que tenemos acceso en Internet y comprobar lo que los toxicólogos llevan décadas denunciando.

No debemos, en cualquier caso, dejarnos arrastrar por el pesimismo. Los gobiernos son esclavos del statu quo y para tomar medidas necesitan ponerse de acuerdo con infinidad de sectores. Están amordazados y nadie quiere ponerle el cascabel al gato. Y así nos va. Los incumplimientos del Protocolo de Kyoto son un ejemplo. Sólo nos queda denunciarlo constantemente, tener paciencia y, sobre todo, empezar a desintoxicarnos e intentar ir eliminando poco a poco todas esas sustancias tóxicas que nos rodean. Pero para ello hay que conocerlas y eso implica un esfuerzo autodidacta nada sencillo de llevar a cabo.

La doctora Rogers antes mencionada acaba de publicar un libro fácil de leer para el público profano que explica en detalle lo descrito anteriormente exponiendo las medidas que podemos tomar individualmente para desintoxicarnos. Se titula Desintoxicarse o morir (Detoxify or die) y puede pedirse en www.prestigepublishing.com

Ante todo lo expuesto -y lo que expondremos en el próximo número de la revista-, cuando uno observa la persecución brutal que sufren actualmente en Europa las vitaminas, la fitoterapia o la homeopatía con la excusa de proteger nuestra salud sabiendo que en realidad las quieren considerar medicamentos para proteger los intereses de la industria farmacéutica tenemos cada vez más claro que nuestros representantes no cumplen el más elemental principio de proporcionalidad.

Rudolph Hawkins

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