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Alimentación Sana
07/08/09

La depuración del cuerpo es importante para eliminar las toxinas que en la mayoría de los casos alteran nuestra Salud.

Muchas de estas toxinas son acumuladas durante años en nuestro organismo y terminan por originar una serie de enfermedades.

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Desequilibrios organicos: causa y efectos

Lo que habitualmente llamamos enfermedad, es solo un síntoma del estado de desequilibrio al cual hemos llevado a nuestro organismo. En sí mismo, el cuerpo humano tiene gran cantidad de maravillosos mecanismos para resolver problemas al que puede verse expuesto: excesos, carencias, toxicidad, etc. Pero el moderno estilo de vida se las ha ingeniado para colapsar esa increíble capacidad de adaptación y malograr nuestra natural capacidad de adaptación a los inconvenientes.

Comprender esto, representa el cincuenta por ciento de la solución de nuestros actuales problemas de salud. Y ese es el objetivo de esta publicación: que el lector entienda cómo él mismo ha generado tal situación de desequilibrio y -por sobre todo- cómo él mismo puede remediar tal problema en la medida que retorne a los hábitos saludables que nunca debió abandonar.

En esto no hay misterios, ni tampoco soluciones mágicas. Los errores se generan principalmente por ignorancia. En la medida que sepamos como opera la inmensa inteligencia corporal y comprendamos sus mecanismos, veremos que es muy sencillo jugar a favor (y no en contra) de nuestra propia naturaleza humana. También entenderemos que no habrá medicamento alguno que pueda remediar nuestros problemas, mientras no dejemos de boicotear nuestro organismo con hábitos que van en contra de las leyes naturales.
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La intoxicación cotidiana

Inicialmente debemos comprender como funciona el mecanismo de la intoxicación cotidiana. Si diariamente incorporamos más tóxicos que los que podemos evacuar, no necesitamos ser científicos para entender que la acumulación de venenos acabará por generar un colapso. Esa es la génesis de la mal llamada enfermedad: desde un eccema hasta un cáncer, todo responde al mismo mecanismo de generación. Solo difiere el grado de toxemia y el órgano por donde el organismo expresa su claudicación.

En esta lógica de funcionamiento corporal, es importantísimo el rol que cumple la correcta nutrición (por ello otras dos publicaciones se ocuparán del tema), pero de poco servirá una alimentación equilibrada en un contexto de colapso orgánico. Veremos luego que hasta el mejor de los nutrientes puede no ser aprovechado como consecuencia de estar atrofiados los mecanismos de la química corporal por el colapso tóxico.

Síntomas como cansancio, insomnio, cefalea, manchas en la cara y el cuerpo, hormigueos, etc.), pueden ser manifestaciones de intoxicación reciente o acumulada.

Existen dos tipos de toxinas:

- Toxinas Exógenos

Son las de origen externo, ingresan al organismo a través de:

La respiración (gases de las fábricas y vehículos, humo de las chimeneas, de los cigarrillos, etc.),
La piel y mucosas (pinturas, insecticidas, etc.)
La vía digestiva (fármacos, alcohol, colorantes artificiales, carnes rojas en exceso, grasas, preservantes, fármacos, entre otros).

- Toxinas Endógenas

Son sustancias elaboradas en nuestro organismo. Pueden estar relacionadas con algunas enfermedades infecciosas como la fiebre tifoidea, hepatitis, diabetes mellitus, entre otras. El stress, ansiedad entre otras, generan toxinas que de alguna forma son dañinas para la salud.

Ejercer nuestro derecho a un óptimo estado de salud, se parece mucho a una mesa asentada en tres patas: todas deben estar fuertes y en equilibrio. Por ello, la tarea de depuración orgánica se potenciará enormemente con un contemporáneo freno al ingreso de nuevas toxinas y aporte de los nutrientes esenciales que faltan. Trabajar separadamente cada aspecto, conspira contra una rápida recuperación de la salud.

La renovación permanente

Esta fuera de discusión el hecho biológico de nuestra constante renovación orgánica. Diariamente estamos produciendo millones de nuevas células que reemplazan a las más viejas. Recientes estudios demuestran que incluso hasta las células cerebrales -consideradas hasta hace poco, elementos perpetuos del organismo- se renuevan periódicamente.

Aunque la gente piense que su cuerpo es una estructura estática que envejece, el organismo está en estado de renovación permanente: a medida que se descartan células viejas, se generan otras nuevas para reemplazarlas. Cada clase de tejido tiene su tiempo de renovación, que depende del trabajo desempeñado por sus células. Las células que recubren el estómago, duran sólo cinco días. Las células de los glóbulos rojos, después de viajar casi 1.500 kilómetros a través del “laberinto” circulatorio, sólo duran alrededor de 120 días antes de ser enviadas al “cementerio” del bazo.

La epidermis -capa mas superficial de la piel- se recicla cada dos semanas. El hígado, el desintoxicante de todo lo que ingerimos, tiene un tiempo de renovación total calculado entre 300 y 500 días. Otros tejidos tienen un tiempo de vida que se mide en años y no en días, pero están lejos de ser perpetuos. Hasta los huesos se renuevan constantemente: todo el esqueleto humano se reemplaza cada diez años en los adultos. Jonas Frisen, biólogo celular del Instituto Karolinska de Estocolmo, ha demostrado que la edad promedio de todas las células del organismo de un adulto puede ser tan sólo de entre siete y diez años. Esto ya lo sabían los intuitivos maestros orientales, pues en los antiguos textos hablaban de un período de siete años para la completa renovación del organismo.

Al principio de cualquier proceso de depuración y desintoxicación pueden experimentarse algunos síntomas, a medida de que toxinas e impurezas son eliminadas del organismo. Entre estos síntomas se incluye un aumento en evacuaciones, así como en la frecuencia de la micción, inflamación en glándulas (de transpiración), manchas cutáneas, síntomas similares a los de la gripe (escalofríos, fiebre, secreciones nasales), o ligeros dolores de cabeza. Aunque estos síntomas pudieran resultar molestos, representan señales positivas de que el organismo ha comenzado a depurarse y desintoxicarse.

La fase depurativa tiene gran importancia en el tratamiento terapéutico, ya que como su objetivo es desintoxicar el organismo y regular alguna de sus funciones, esta prepara al organismo para aprovechar mejor los beneficios de las plantas, y optimizar su acción terapéutica.

Ahora bien, la pregunta del millón es: ¿por qué tenemos órganos defectuosos cuando periódicamente los estamos renovando? ¿Por qué una persona “sufre” del hígado, si sus células viven solo seis semanas y en el arco de un año las habrá renovado por completo? Para encontrar respuestas, debemos por fuerza perder algo de tiempo y comprender como funciona esta unidad orgánica que es la célula. En realidad no es “perder tiempo”, sino invertirlo en conocimientos básicos que nos harán más sanos y menos dependientes de curaciones externas. En la correcta renovación celular encontraremos la clave para recuperar la salud, tarea que sólo nosotros podemos llevar a cabo.

La unidad vital

Así como una colmena se compone de miles de abejas, nuestro organismo se compone de billones de células. Todo se reduce a grupos de células: sangre, huesos, órganos. Si pudiésemos disponer todas las células de un cuerpo humano sobre un plano, veríamos que estamos compuestos por unas 200 hectáreas (la superficie de 200 manzanas de una ciudad) de tejidos celulares. Todo el organismo no es más que un reflejo directo de la eficiencia funcional de estas microscópicas unidades vitales.

Cada célula, independientemente de la función que cumpla en el organismo, tiene similares mecanismos de acción: se reproduce, se nutre, se desintoxica y desarrolla una tarea específica. Esto nos permite entender que, además de la información presente en su material genético, la célula depende de dos factores externos que condicionarán su funcionamiento: la calidad de nutrientes que reciba y la calidad del medio en el cual deba desarrollar su tarea.

Comprendiendo que el organismo humano se origina a partir de un par de células, es sencillo darse cuenta que la calidad del organismo dependerá directamente de la calidad celular; ésta a su vez dependerá de la calidad de nutrientes que tenga a disposición y la calidad del medio en que se mueva. Si bien el primer factor tiene mucho que ver con la nutrición de la persona, ambas variables están condicionadas por el grado de intoxicación del organismo.

Los cincuenta mil millones de células que componen un cuerpo humano, se mueven en un verdadero “mar interior”. El 70% de nuestro cuerpo es agua; fundamentalmente sangre, linfa y líquido intracelular. Antiguamente se los llamaba “humores” corporales; hoy se habla de “terreno”. Dado que la mayoría de las células (tejidos) no pueden desplazarse o lo hacen localmente, la calidad de dicho terreno es fundamental para asegurar, tanto la correcta nutrición como la eficiente evacuación de los desechos que las células generan.

Cien mil kilómetros de capilares sirven para irrigar aquellas doscientas hectáreas de tejidos celulares. Pese a disponer de pocos litros de fluidos, el cuerpo esta preparado para cumplir esta delicada función gracias a tres variables: la velocidad de circulación, la irrigación diferenciada y la calidad de estos fluidos. La sangre fluye a gran velocidad por la red de capilares, tardando solo un minuto en dar una vuelta completa al cuerpo. Por su parte, no toda la red de capilares esta llena al mismo tiempo; sólo las partes más activas disponen de abundante irrigación: los músculos cuando trabajamos, el cerebro cuando pensamos, el estómago cuando digerimos, etc. Aquí comprendemos rápidamente dos cosas muy útiles: la importancia de la calidad del sistema circulatorio y lo contraproducente que resulta hacer varias cosas al mismo tiempo.

Dado que un pequeño volumen de fluidos corporales debe atender las necesidades de tanta cantidad de tejido celular, no basta con un eficiente sistema circulatorio y un sistema de irrigación diferenciada. Aquí aparece el tercer factor necesario para la correcta función celular: la limpieza de los fluidos. Por lo tanto, uno de los principales objetivos del organismo, será mantener la pureza de los líquidos internos. Estos fluidos, como si fueran una red cloacal, reciben los desechos generados por billones de células; además, millones de células muertas son volcadas cada día a la sangre y la linfa. A todo esto se suman la multiplicidad de venenos y sustancias tóxica que ingresan al cuerpo por medio de las vías respiratoria, digestiva y cutánea.

Los organos depurativos

Para hacer frente a semejante tarea, el cuerpo dispone de varios órganos especializados en esta función y que luego analizaremos en detalle: intestinos, hígado, riñones, piel, pulmones, bazo, etc. Son los llamados emuntorios. Cuando todos trabajan en modo normal y el volumen de desechos no supera la capacidad de procesamiento, el “terreno” se mantiene limpio y las células pueden funcionar correctamente. Esto significa que estamos en presencia de un organismo eficiente y, por ende, de una persona saludable, ágil y vital.

Pero si los desechos superan la capacidad de los emuntorios y éstos comienzan a funcionar deficientemente, entonces el “terreno” comenzará a cargarse progresivamente de toxinas y el funcionamiento orgánico se irá degradando paulatinamente. La sangre se pondrá densa y circulará más lentamente por los capilares. Los desechos que transporta la sangre, penetrarán en la linfa y en los sueros intracelulares. Más tiempo dura esta situación, más se ensucian los fluidos. Llega un momento en que las células están sumergidas en una verdadera ciénaga que paraliza los intercambios. El oxígeno y los nutrientes no pueden llegan a las células y éstas experimentan graves carencias.

Por su parte, los residuos metabólicos que evacuan las células, al no circular, aumentan aún más el grado de contaminación de los fluidos. Los desechos comienzan a depositarse en las paredes de los vasos sanguíneos, reducen su diámetro y esto disminuye aún más la velocidad de circulación e irrigación. La acumulación de toxinas tapona los emuntorios, congestiona otros órganos y bloquea las articulaciones. Los tejidos se irritan, se inflaman y pierden flexibilidad (se esclerotizan).

En este contexto, las células no pueden realizar su tarea específica y tampoco los órganos por ellas compuestos. Estamos en presencia de una persona enferma, desvitalizada y anquilosada. El tipo de enfermedad dependerá simplemente de cuales órganos se encuentren mas afectados y en que grado. El espectro puede ir de una bronquitis crónica a un cáncer.

Esto nos permite entender, ante todo, el valor relativo de los modernos diagnósticos que sugieren la focalización del problema en una parte pequeña de nuestro organismo. Nunca puede estar mal una parte y bien el resto. Esa parte defectuosa es solo la expresión más aguda del estado general del organismo. Por ello vemos también la inutilidad de luchar contra un síntoma. Sí, es correcto aliviar el sufrimiento puntual, pero sin olvidarnos que debemos operar sobre todo el contexto corporal. Estos procesos degenerativos no se producen de la noche a la mañana, ni son la consecuencia de un solo exceso: requieren años de acumulación.

Una anécdota familiar -que pese a mi niñez, quedó grabada a fuego en la memoria- sirve para ejemplificar cuan a menudo la ciencia tradicional pierde la visión de conjunto, al focalizarse en las partes del organismo. Un tío estaba internado desde hacía varios días y su estado no hacía más que empeorar, pese a que estaba en mano de equipo de renombrados médicos que intentaban distintas terapéuticas farmacológicas. Como su estado se hacía cada vez más grave, vino a verlo desde lejos su madre. Esta anciana norteña, mi bisabuela, tenía mucha sabiduría intuitiva y unos ojos vivaces. Apenas entró al cuarto del enfermo, mis tías, con la ayuda del médico presente, le pasaron las novedades, destacándole la impotencia pese a los infructuosos y costosos intentos realizados.

En medio de tanta terminología médica y palabras difíciles, mi bisabuela preguntó con su característico acento guaraní: ¿Cuánto hace que no va de cuerpo este muchacho? El silencio fue sepulcral. Dilatadas miradas se cruzaban en el aire y nadie tenía respuesta. Hacía una semana que el tío no movía los intestinos… y nadie había reparado en ello!!! Demás está decir que tras una voluminosa enema, comenzó el rápido proceso de recuperación del tío, quién fue dado de alta días después.

El terreno lo es todo

En el lecho de muerte, Louis Pasteur -demonizador de los virus- intentó enmendar su error, al afirmar: “El virus no es nada, el terreno lo es todo”. Pero su declaración póstuma pasó y pasa inadvertida. Como pasa inadvertida la afirmación básica de la medicina natural: “La causa profunda de todas las enfermedades es la suciedad del terreno producida por la acumulación de desechos”.

Como hemos visto, los desechos orgánicos no se depositan en un solo lugar, sino que circulan por todo el cuerpo. El organismo todo sufre la sobrecarga, pero como cada persona tiene su punto débil, es allí donde aparecerá la crisis visible y dolorosa. Lamentablemente, terapeuta y paciente por lo general olvidan esta realidad, enfocándose en los síntomas y olvidando las causas primarias.

El moderno concepto de diagnóstico sirve sólo para rotular el barómetro de una caldera a punto de explotar por exceso de presión. Es inútil ocuparse del barómetro. Por sentido común, debemos disminuir la presión de la caldera. Aliviada la presión, el barómetro, por sí mismo dejará de indicar el estado de emergencia.

Llevando la analogía a nuestro automóvil -mecanismo sencillo de comprender y al cual generalmente le brindamos mejores atenciones que a nuestro organismo, tal vez porque aquel nos costó esfuerzo y éste fue un regalo de la existencia- es como si viajando en ruta, se nos enciende la luz roja de presión de aceite. ¿Qué hacemos? El sentido común diría, detenernos de inmediato e investigar la causa que originó el problema: falta de lubricante, problema de la bomba de aceite, rotura del carter, etc. Resuelto el inconveniente, arrancamos el motor y vemos que la luz roja se apaga por sí sola.

En cambio ¿qué hacemos cuando algo similar sucede en nuestro organismo? Por lo general, desenchufamos el bulbo de la luz roja. O sea, buscamos una “pastillita mágica” que apague el indicador de alarma: algo que baje la presión, el colesterol, la glucosa o cualquier otro parámetro fuera de norma, sin preocuparnos de revisar la causa que activó la alarma. Si obramos así en el automóvil, ¿qué sucederá? Inicialmente seguiremos como si nada, confiados por no ver más la luz roja. Pero unos kilómetros después sobrevendrá el desastre: el motor claudicará. Esto es inexorable en la mecánica vehicular... y también lo es en la lógica del funcionamiento corporal.

Esto es sencillo de corroborar en la experiencia práctica. ¿Cómo es que un simple drenaje de toxinas pueda provocar la remisión de distintos síntomas en una persona, por diferentes que éstos sean? La concepción de la enfermedad como resultado de la sobrecarga tóxica, no se opone a la concepción microbiana, donde todo parece ser consecuencia de la acción de virus y bacterias. Pero es lícito preguntarse: si los microbios son tan letales, ¿cómo es que ciertas personas sucumben ante ellos y otras tienen reacción nula? Los microbios no son más que huéspedes de un terreno sobrecargado. Podrá argumentarse que todo depende de la fortaleza del sistema inmunológico en cada persona, pero como veremos luego, la eficiencia de nuestro sistema defensivo, como todo órgano integrante del cuerpo, es consecuencia directa del estado de limpieza de nuestros fluidos internos. O sea: el terreno lo es todo.

2 comentarios

  1. Anónimo Dice:
  2. A este blog, hace mucho tiempo que lo estoy buscando!

     
  3. Unknown Dice:
  4. Hola, esta muy bueno este blog, me gustaria saber si quien escribio este articulo es de Paraguay ya que me gustaria contactar con gente de aqui para poder compartir. Saludos cordiales,

    Juan Carlos

     

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